EL ARKANO SIN NOMBRE

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martes, 1 de julio de 2014

ARKANO XIII, El asesino del Tarot

INTRODUCCIÓN

Todo está en la ceniza venerada.
Sor Juana Inés de la Cruz.

Cuéntame otra vez la historia de Java, Jirian, y la de ese templo que estuvo cerrado durante cientos de años, el que llaman Borobudur, porque era un templo maldito ¿no?, y la historia del volcán Krakatoa y de su hijo Anak Krakatau, y háblame también de la historia de Surabaya, la ciudad de los héroes, donde vivisteis antes de volver a París, la ciudad de la Luz, y...
¿Y la historia de mi violación?, cuando mi buen Bran me salvó de aquellos tres desalmados en un callejón de París.
¿Estás segura de que no fue un sueño?
¡Cómo quieres que te cuente todas las historias si no me crees en lo que para mí es...!
¿Lo más importante? Está bien -sonríe condescendiente-, empieza por el principio.
Jirian, se puso seria de repente, miró profundamente a Henry y comenzó:
“Estas islas que puedes ver por la ventanilla, hay quien asegura que hay más de cien mil, y cada una tiene su propia leyenda, aquella más lejana sobre el horizonte es Biak, de la que cogió mi padre su nombre artístico; ahora todo el mundo conoce al gran Jerôme Biak, pero quién recuerda el nombre de mi abuelo, se llamaba Van der..., bueno qué importa, seguramente fue descendiente de los primeros colonos holandeses que arrebataron en 1743 sus posesiones al decadente sultanato de Mataram...”
Jirian se acurruca entre los brazos de Henry Joulot. Se duerme, aunque en su sueño inquieto se agitan historias de tragedias, volcanes, tsunamis, terremotos y la más reciente, las muertes de su madre Mireille en un atraco bancario y la de su querido Bran; una muerte, la primera, que se pudo evitar, y la segunda de una venganza cumplida...
El comandante del avión, un Airbus 319, de la Compañía Mandala Airlines, con capacidad para 124 pasajeros en 1ª clase, que hace la ruta Amsterdam-Yakarta en 21 horas, con escala intermedia en Abu Dhabi, le dice a la azafata que ponga una música suave al sobrevolar la isla de Sumatra, media hora después llegan a Java, y una hora después está tomando té en el aeropuerto Sukarno junto a una preciosa mulata.
Cuando llegan al aeropuerto toman un taxi, conducido por un asiático siempre sonriente; Jirian llama desde su móvil a su padre, y como no responde le deja un mensaje grabado en el buzón de voz:
Estamos en Yakarta papá, hemos llegado bien; echaba de menos el caos y el ruido de esta ciudad. Te llamaré cuando volvamos a París, te quiero papá.
Tienen una habitación reservada en el Hotel Millenium. Al día siguiente alquilan un coche con chófer, que les lleva hasta el templo de Borobudur, destino de las cenizas de Bran.
El Lama, un anciano vestido con una túnica de color naranja les recibe en el noveno estadio del enorme mandala que es el monasterio de Borobudur; rodeado de su séquito: una veintena de monjes vestidos con una túnica negra, ascienden el último tramo de escalones, hasta llegar al tercer nivel de abstracción, Arupadhatu, el de la ausencia de forma.
El Lama recibe de manos de Jirian la pequeña urna con forma de Buda que contiene los restos de Bran.
Reverencia tras reverencia les precede hasta una sala donde se sientan alrededor de un círculo lleno de velas; los veinte acólitos encienden cada una de las 1200 velas, cuyas volutas con la mezcla de los olores de parafina y de remolinos de variantes de inciensos enrarecen la atmósfera, otra forma de smog, smog en la ciudad, smog en el templo, y todo por llegar al nirvana: “om mani padme hum[1]”, salmodian los monjes, “om namah shivaia[2]” contesta el Lama.
Al terminar la ceremonia mientras el Lama y Henry dan un paseo, Jirian juega con los niños en un pequeño jardín, donde se les ve felices riendo y alborotando con sus voces la paz de aquel lugar.
Santidad -le dice Henry al Lama-, nuestro amigo Bran, nos dejó este anillo, ¿qué significado tiene?
Cuando Bran era un niño, llegó a este Monasterio y se le ofrecieron tres objetos, un reloj de plata, un puñal de madera y este anillo de jade. Él eligió el “Keretarau”, el Ojo que todo lo ve, literalmente el Ojo que ve la muerte. Estuvo toda su vida aprendiendo lo que la mente puede vislumbrar, lejos del aspecto físico de una persona, él intuía el comportamiento de los que le rodeaban. No conocía el futuro, si es eso lo que te preocupa.
Maestro, tengo que devolveros este objeto -le dice desprendiéndose del anillo que lleva sujeto al cuello.
Oh, no -dijo el monje-, es simplemente un objeto, un juguete.
¿No tiene valor?
Claro que sí, sí lo tiene, pero solo para vos, está impregnado del espíritu de Bran. Realmente deberéis consultar con el “Keretarau” cuando lo necesitéis.
Será un honor, Maestro -le dice al tiempo que se inclina en una  reverencia de reconocimiento a su sabiduría.
Y también una pesada carga -le contesta haciendo una señal sobre la frente como si le diera la bendición.




[1]  “Contempla la joya en el loto”. N. del A.
[2]  “En el nombre de Shiva”. N. del A.


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